Una vez sostuve… cenizas, en mi puño firmemente cerrado. Las cenizas de
una quemadura hecha en mi cuerpo, cuando tenía diez años de edad. Cenizas que
no pedí. Cicatriz que fui obligado a llevar. Y durante diecisiete años, el
fuego ardía. Mantuve mi puño cerrado en secreto, odiando esas cenizas, pero no
dispuesto a soltarlas. No estaba seguro si podía. No estaba convencido de que
valiera la pena. Estropeando las cosas que tocaba y dejando marcas negras por
todas partes… o al menos eso parecía. Traté de corregir todo, pero las marcas
estaban siempre allí para recordarme que no podía. Yo realmente no podía. ¡Pero
Dios sí podía! Su dulce Espíritu Santo habló a mi corazón una noche en que
tenía lágrimas de desesperación. Me susurró, "Quiero darte belleza a
cambio de tus cenizas, óleo de gozo a cambio de tu lamento y manto de alabanza
a cambio de tu espíritu angustiado". Nunca había oído hablar de un
intercambio como este: ¿Belleza? ¿Belleza a cambio de cenizas? ¿Mi tristemente
manchada memoria a cambio la sanidad que hay en Su Palabra? ¿Mis manchados
sueños a cambio de Sus cantos en la noche? ¿Mis indefensas y heridas emociones
a cambio de Su constante paz?
¿Cómo podría yo ser tan necio como para rechazar una oferta como esta? Así que, de buena gana, pero en cámara lenta y sí, en medio de llantos, abrí los cerrados dedos y dejé caer las cenizas al suelo. En silencio, oí cómo se las llevaba el viento. Lejos de mí… para siempre. Ahora puedo poner mis manos abiertas suavemente alrededor del puño de otra alma herida y decirle con confianza: "Déjalas ir. Realmente hay belleza más allá de tu comprensión. Adelante, confía en Él. Su belleza a cambio de tus cenizas". Autor Desconocido.
Dr.
Neil Anderson
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