Escrito por: Luz Myriam Scarpeta
“Le abrí a mi amado,
Pero ya no estaba allí.
Se había marchado,
Y tras su voz se fue mi alma.
Lo busqué, y no lo hallé.
Lo llamé, y no me respondió.
Me encontraron los centinelas
Mientras rondaban la ciudad;
Los que vigilan las murallas
Me hirieron, me golpearon;
¡Me despojaron de mi manto!
Yo les ruego, mujeres de Jerusalén,
Que, si encuentran a mi amado,
¡Le digan que estoy enferma de amor!”
Cantares 5:6-8 (NVI)
Tenemos tanto miedo de entregarle nuestra vida a Dios, tememos confiar en Él, porque creemos que puede hacernos daño, que nuestra vida está más segura en nuestras manos que en las de Él.
Cuando salimos de Egipto, que representa la esclavitud y el pecado, pasamos al desierto que representa el camino emprendido hacia la tierra prometida, es ahí donde aprendemos a depender de forma total y absoluta de Dios.
En el desierto somos incapaces de depender de nosotros mismos, nuestra seguridad y supervivencia no depende solo de nosotros, en el desierto estamos obligados a depender de Dios.
Su Presencia, nos guía, nos acompaña, nos protege y nos alimenta. En este punto tememos avanzar hacia la tierra prometida.
Tememos avanzar tanto que lleguemos un día al punto de no retorno, tememos no recordar el camino de regreso hacia Egipto y eso nos asusta, porque es posible que al emprender este viaje un día nos arrepintamos de avanzar y deseemos regresar.
Por eso permanecemos a orillas del mar rojo, desde donde todavía podemos ver nuestro Egipto, aún podemos desde allí recordar los tiempos que vivimos allá. En la orilla del mar rojo, nos sentimos a salvo, porque sabemos que allí la presencia de Dios nos acompaña y de vez en cuando, miramos por la ventana y lo vemos allí parado en la puerta, esperando que avancemos…Y seguimos quietos sin querer avanzar con Él y hacia Él.
Y que sucede sin un día abrimos la puerta y no está, ¡que terrible sensación! ¡Ya no está allí!
Es terrible lo que sintió la Sulamita del relato de Cantares, cuando abrió la puerta y su amado no estaba allí…ella corrió por las calles buscando a su amado, no pudo encontrarlo, solo pudo exclamar: ¡Díganle a mi amado que estoy enferma de amor!
¡Este es el tiempo! Este es el momento de abrirle la puerta al Amado…El amor cubre todas las faltas, el amor de Dios nos sana, nos libera, nos alimenta, nos restaura, nos limpia, nos recibe con los brazos abiertos.
Bendito amor de Dios que nunca falla. No temamos avanzar hacia Él y olvidar el camino de regreso….ni siquiera preguntemos por ese camino que nos aleja de Él.
Alabado sea el Señor que nos ha llamado a las profundidades de su amor y su Presencia. Bendito el día en que olvidemos por completo el camino de regreso a Egipto
“Busquen al Señor mientras se deje encontrar, llámenlo mientras esté cercano. Que abandone el malvado su camino, y el perverso sus pensamientos. Que se vuelva al Señor, a nuestro Dios, que es generoso para perdonar, y de él recibirá misericordia” Isaías 55: 6-7
©CAZADORES DE DIOS 2009. Derechos Reservados. Prohibida su reproducción total o parcial sin la autorización del autor
Imprimir
Comentarios
Publicar un comentario